Pablo Pardo | Washington
El 42% de los católicos del mundo vive en Latinoamérica, pero esa región solo tiene el 16% de los cardenales que van a elegir al nuevo Papa. África tiene aproximadamente el 12% de los católicos y el 9,4% del colegio cardenalicio. Los católicos asiáticos representan en torno al 10% del total, y también cuentan con el 9,4% de los cardenales. Pero Europa, con el 27% de los católicos del mundo, tiene el 53% de los cardenales. Y EEUU y Canadá, donde apenas hay el 7% del total de los católicos, cuenta con el 12% de los cardenales.
Es como un reflejo del reparto de poder en la economía mundial. Evidentemente, una religión no es el FMI o un foro internacional. Empezando por el hecho de que, por sus propias características, una religión no es algo cuyos órganos de dirección tengan que representar a sus fieles. Pero las cifras, que proceden de aquí y aquí, revelan el cambio que el mundo está experimentando. Los europeos -y, en cierto sentido, también los norteamericanos- cada vez pintamos menos. Pero no queremos darnos cuenta. De hecho, la cosa es que los blancos somos los que cada vez pintamos menos. En EEUU, por ejemplo, si no fuera por los inmigrantes latinoamericanos, el número de católicos sería muy inferior. Pero todos los cardenales estadounidenses son de origen irlandés, italiano y portugués. Ni uno solo es hispano.
En estas estadísticas del FMI se ve cómo los PIB de Brasil, India y China son mayores (en el caso de India y China, escandalosamente mayores) que los de Francia e Italia.
En esta tabla de los votos de cada país en el FMI (es la última columna), se ve que, sin embargo, Francia tiene más poder en el FMI que China. E Italia, más que India y Brasil.
Con semejante estructura de poder, no es de extrañar que el mismo Fondo que impuso condiciones durísimas a los países emergentes en su crisis de 1998-1999 censure ahora la austeridad que Alemania nos está imponiendo. Y que a los emergentes eso les siente como una patada. Para ellos, es un caso de racismo, porque no es lo mismo exigir sacrificios a gente de piel blanca que a individuos de tez tostada que, a fin de cuentas, son ex colonias (en el caso de Brasil tal vez eso no sea correcto, dado que la élite de ese país es blanca como la leche y la gente con melanina en la piel tienen el futuro asegurado como futbolistas o cantantes; es algo que también le pasa a uno de los pocos países que no forman parte del FMI: la monarquía comunista de los Castro en Cuba).
No somos el centro del planeta
El reparto del PIB, o de los católicos, deja claro que, por más que los europeos no queramos verlo, no somos ya el centro del planeta. Kishore Mahbubani, uno de los intelectuales asiáticos más influyentes, empieza a veces sus conferencias en Estados Unidos diciendo: “¿Están ustedes preparados para ser el número dos?” La teoría de Mahbubani es que el dominio del mundo por Occidente en los últimos dos siglos es una aberración histórica. Eso es cierto. Oriente siempre ha sido más rico y más poblado que Occidente. Pero también es cierto que en el mundo actual las distancias son muy pequeñas. Hace 2.000 años, China y Roma podían coexistir sin afectarse mutuamente. Hoy, la decadencia de Occidente y la recuperación de Asia presenta retos para todos.
Por un lado, ser el número dos no es fácil. Y menos cuando uno se ha acostumbrado a mirar de forma paternalista a quien ahora va a ser el número uno. Dejar que las ex colonias a las que los europeos mandábamos misioneros nos manden ahora misioneros a nosotros no va a ser fácil de digerir. Lo mismo pasa en economía. Y, aunque todos hemos dicho esta semana que Warren Buffett compra Heinz, la empresa del ketchup, lo cierto es que el 50% de la compañía va estar controlado por 3G, el mismo fondo brasileño que tiene ya Burger King.
Encima, el paternalismo con el que hemos tratado a los pobres del mundo implica imaginarlos como no son. Los ‘desheredados de la Tierra”, como los llamó Franz Fanon, no son “el buen salvaje” que a los occidentales nos gusta pensar, un poco a lo Rudyard Kipling, que escribió de “hoscos y descontentos pueblos, mitad niños, mitad demonios”, para referirse a los habitantes de las colonias. Pero tampoco es fácil ser número uno. Y, menos, cuando uno considera (como China) que ése es el puesto que le corresponde poco menos que por designio histórico. En realidad, los países pobres son tan racionales (o no) como los ricos. Pero sus valores, en muchos casos, son diferentes. Y eso queda de manifiesto cuando tienen poder. China ha estado a punto de ir a la guerra contra Japón por unos islotes que no le importan nada a nadie (es falso que haya intereses petroleros en la disputa).
China e India son los mayores obstáculos a cuerdos para limitar las emisiones de CO2. Y, tras perder una disputa por una presa que fue un atentado ecológico brutal, Brasil ordenó a su representante en la OEA quedarse en casa y no asisitir a las reuniones de la organización. Y es que todas las organizaciones internacionales creadas tras la Segunda Guerra Mundial tienen el mismo problema que el FMI: las nuevas potencias se han sentado a la mesa y, si no se les hace un hueco, crearán su propio tinglado. En materia de cooperación monetaria, por ejemplo, ya lo están haciendo.
En esto, EEUU tiene una actitud mucho más inteligente que Europa. Desde hace más de dos décadas, Washington (sin que importe que haya un republicano o un demócrata en la Casa Blanca) quiere que los países emergentes tengan más poder en el FMI y en la ONU. Europa lo rechaza de plano, porque sabe que ella saldría perdiendo (de hecho, EEUU está infrarrepresentado en esas organizaciones). El resultado es que nos estamos comportando como alguien que no quiere admitir la realidad. Y, de paso, quedando todavía peor con las nuevas potencias.
Algo relativamente similar puede suceder si los católicos del Sur empiezan a ejercer su liderazgo. Aquí no es que los valores sean diferentes, pero sí la plasmación de algunos de esos valores en la práctica. La liturgia africana es muy diferente de la europea, por ejemplo. Es posible que los católicos de países en los que el Sida ha sido una verdadera plaga bíblica tengan una actitud diferente en materia de contracepción. Pero en el mundo en vías de desarrollo ni se considera por lo más remoto aceptar la homosexualidad o a las mujeres en el sacerdocio.
Por de pronto, no estaría de más un Papa de un mercado emergente. Primero, los italianos perdieron su primacía. Ahora es turno de que los europeos la pierdan. Sobre todo, porque es inevitable. Cuanto antes suceda, mejor.
Source: Un Papa de un mercado emergente | Economía | elmundo.es
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